viernes, 19 de diciembre de 2008

La invasión de Panamá


Panamá ha estado tradicionalmente controlada por una pequeña élite europea, que constituía menos del 10% de su población. Esta situación cambió cuando el general populista Omar Torrijos dio un golpe que permitió a los negros y mestizos pobres participar en el poder instituido por el golpe.

En 1981 Torrijos resultó muerto en un accidente de aviación. Hacia 1983 el verdadero amo de la situación era Manuel Noriega, un criminal que había formado parte de la corte de Torrijos y de la del espionaje estadounidense.

El Gobierno de EEUU sabía que Noriega estaba envuelto en tráfico de drogas, por lo menos desde 1972, cuando la administración Nixon pensó en asesinarle. Pero se encontraba bajo el paraguas de la CIA. En 1983 un comité del Senado concluyó que Panamá era un importante centro de tráfico de drogas y lavado de dinero negro.

El Gobierno de Estados Unidos siguió valorando los servicios que prestaba Noriega. En mayo de 1986 el director de la Agencia de la lucha contra la Droga elogió a Noriega por su «vigorosa política de lucha contra el tráfico de drogas». Un año después el director «Felicitaba nuestra estrecha asociación» con Noriega, mientras que el fiscal general Edwin Meese paró una investigación del Departamento de Justicia sobre las actividades criminales del personaje. En agosto de 1987 una resolución del Senado condenando a Noriega encontró la oposición de Elliot Abrams, el funcionario del Departamento de Estado a cargo de la política norteamericana sobre América Central y Panamá.

Y todavía más, cuando finalmente Noriega fue encausado en Miami en 1988, todos los cargos excepto uno eran relativos a actividades previas a 1984, cuando era nuestro colega, ayudando en la guerra sucia contra Nicaragua, cometiendo fraude en las elecciones con nuestra aprobación, y en general sirviendo satisfactoriamente a los intereses generales de Estados Unidos.
No tenía nada que ver entonces con actividades gangsteriles y de narcotraficante súbitamente descubiertas ahora.

Era totalmente previsible, como lo demuestra un estudio tras otro. Un brutal tirano, cruza la línea que separa un admirable amigo de un villano y un escoria cuando comete el crimen de la independencia. Un error muy común es ir más allá de robar a los pobres, lo que está bien, y empezar a interferir con los poderosos, ganándose la oposición del poder económico.

A mediados de los ochenta Noriega era culpable de esos crímenes. Entre otras cosas, creía haberse asegurado el puesto ayudando a EEUU en su guerra contra Nicaragua. Pero su independentismo amenazaba nuestros intereses en el Canal de Panamá. El 1 de enero de 1990 gran parte de la administración del canal debía recaer en manos panameñas, y en el año
2000 debía estar terminado el proceso de transferencia. Teníamos que asegurarnos el control de la gente en que iba a recaer esa responsabilidad antes de esa fecha,

De manera que ya que no podíamos confiar más en Noriega, éste tendría que irse. Washington impuso severas sanciones económicas que virtualmente destruyeron la economía, y las peores consecuencias recayeron sobre la mayoría no blanca. la población entonces comenzó a aborrecer a Noriega, no porque fuera el responsable del bloqueo económico, (que era ilegal, si alguien se molesta en estudiarlo), sino porque le hacían responsable de la hambruna infantil.

A continuación se intentó un golpe militar, pero falló. Ya en diciembre de 1989 Estados Unidos se aprestó a celebrar la caída del muro de Berlín y el final de la Guerra Fría invadiendo Panamá al margen de todo derecho internacional y matando cientos o miles de personas, (nadie sabe, y pocos al norte de Río Grande se molestan en averiguarlo). Inmediatamente se procedió a restaurar el poder de la elite blanca rica, que había sido desplazada por el golpe de Torrijos, justo a tiempo de asegurar un gobierno lacayo antes de que se procediese al cambio de administración del Canal el 1 de enero de 1990, como no dejó de observar la prensa derechista europea.

Durante todo el proceso la prensa norteamericana no dejó de seguir las consignas de Washington seleccionando a los «malos» en base a las necesidades del momento. Acciones que habíamos perdonado se convirtieron en crímenes. Por ejemplo en 1984 las elecciones presidenciales panameñas habían sido ganadas por Arnulfo Arias. Noriega literalmente le robó la elección con una buena dosis de violencia y de fraude.

Pero Noriega no se había convertido todavía en un chico díscolo. Era nuestro hombre en Panamá, y se consideraba que el partido de Arias contenía peligrosos elementos de ultranacionalismo, de manera que la administración Reagan aplaudió sin tapujos la violencia y el fraude y mandó al secretario de Estado George Shultz para legitimar la farsa y elogiar la versión de Noriega de la democracia como un modelo a seguir por los equivocados sandinistas.

Los medios de comunicación de Washington y sus aliados de los principales periódicos del país se cuidaron muy mucho de criticar las elecciones fraudulentos, pero minimizaron y calumniaron las elecciones celebradas por los sandinistas en ese mismo ano, mucho mas honestas y libres más allá de cualquier duda, porque desconfiaban del resultado.

En mayo de 1989 Noriega volvió a robar una elección, esta vez a un representante del sector económico, Guillermo Endara. Noriega utilizó una dosis menor de violencia que en 84, pero la administración Reagan había lanzado la consigna de volverse contra Noriega. Siguiendo el libreto fielmente, la prensa expresó sus críticas sobre el fraude cometido a nuestras normas democráticas.

También comenzó a denunciar apasionadamente la violación de los derechos humanos que previamente no habían llegado a llamar su atención. En la época en que se invadió Panamá, diciembre de 1989, los medios de comunicación habían demonizado a Noriega, de manera que se había convertido en uno de los peores monstruos de la historia desde Atila, rey de los Hunos. Básicamente era una repetición del mismo proceso empleado para demonizar al libio Gadafi. Ted Koppel dictaminó que «Noriega pertenece a esa fraternidad especial de villanos internacionales, hombres como Gadafi, ldi Amin y el Ayatoiah Jomeini, que a los norteamericanos les encanta odiar». Dan Rather le situó «a la cabeza de la lista mundial de criminales, traficantes y demás basura». En realidad Noriega era un secuaz de pequeña categoría, exactamente el mismo que cuando estaba bajo la cobertura de la CIA.

Tómese a Honduras por ejemplo. Aunque no es un Estado tan terrorista y asesino como El Salvador o Guatemala, los abusos en el capítulo de los derechos humanos son probablemente más graves que los cometidos por Panamá. De hecho hay un batallón entrenado por Estados Unidos que ha cometido más atrocidades que el mismo Noriega.

0 considérese un dictador apoyado por EEUU como Trujillo en la República Dominicana, Somoza en Nicaragua, Marcos en Filipinas, Duvalier en Haití, o toda una corte de gángsteres centroamericanos durante la década de los ochenta. Todos fueron mucho más brutales que Noriega, pero Estados Unidos los apoyó con entusiasmo a través de décadas de atrocidades, en la medida en que los beneficios siguieran saliendo de sus países con destino al nuestro. La administración Bush continuó honrando a Mobutu Ceaucescu y Saddam Hussein entre otros, todos peores criminales que Noriega. El presidente de Indonesia Suharto, que razonablemente es el peor de todos los asesinos, continúa siendo considerado por los medios de comunicación de Washington como un «moderado».

En el mismo instante en que se invadía Panamá por sus abusos sobre los derechos humanos, la administración de Bush anunciaba nuevas ventas de material de alta tecnología a China, nada menos que 300 millones de dólares de volumen de negocio para empresas norteamericanas, justo unas pocas semanas después de la matanza de Tiananmen.

El mismo día, el de la invasión de Panamá, la Casa Blanca también anunció planes (que fueron llevados a cabo inmediatamente), para conceder créditos a Irak. El Departamento de Estado anunció, con su cara más seria, que esto se debía al intento «de incrementar las exportaciones norteamericanas y situarnos en una mejor posición para pactar con lrak su respeto a los derechos humanos ... ».

El Departamento continuaba con su postura de ignorar la oposición democrática iraquí (banqueros, profesionales etc ... ) y bloquear los esfuerzos del Congreso de condenar los atroces crímenes del antiguo amigo de Bush. Comparado con los colegas del presidente Bush en Bagdag y Pekín, Noriega parecía la Madre Teresa.

Después de la invasión, Bush anunció una ayuda de mil millones de dólares. De esta cantidad 400 millones consistieron en incentivos a la exportación norteamericana con destino Panamá, 150 millones tenían como fin pagar créditos bancarios y 65 millones fueron al sector privado y a garantizar las inversiones de EEUU en el país. En otra palabras la mitad de la ayuda fue un regalo de los contribuyentes norteamericanos a las grandes corporaciones, también norteamericanas.

Estados Unidos devolvió el poder a los banqueros después de la invasión.
Las conexiones de Noriega con el narcotráfico son insignificantes comparadas con las de estos personajes. El tráfico de drogas ha sido siempre canalizado fundamentalmente por los bancos; el sistema bancario no está regulado, de forma que es el camino natural del dinero negro.
Además ha sido la base de la artificial economía panameña, y después de la invasión se mantiene intacto, o quizá goza de mejor salud.

Las fuerzas panameñas de defensa han sido reconstruidas con los mismos oficiales a su mando.

En general casi todo el sistema permanece estable, sólo que nuestros servidores son ahora mucho más fiables. Lo mismo sucede en Granada, que se ha convertido en uno de los mayores centros mundiales de lavado de narcodólares desde la invasión norteamericana. Nicaragua también es ahora una de las principales avenidas por donde circula la droga camino de los mercados norteamericanos, después de la victoria de Washington en las elecciones de 1990. El modelo permanece inalterable, de la misma forma que es estéril intentar llamar la atención sobre él.

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